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En el siglo XVI un pintor llamado Andrea Chirico o di Chírico o de Chirico trabajó en Sicilia. En una iglesia de Catania, Santa María del Gesù, queda algo de un mural o de un cuadro suyo: recuerdo haber visto la reproducción en un libro de historia local. Creo que, más allá del nombre y del siglo en que vivió, más allá de los fragmentos de pintura que se le reconocen, es muy poco lo que los historiadores y los eruditos saben de él. Se puede proponer la hipótesis de que trabajó principalmente en la Sicilia oriental, decorando con frescos iglesias y palacios, de ahí la desaparición de sus obras durante los terremotos que hacia el final del siglo siguiente asolaron esa zona. También se puede proponer la hipótesis -puede hacerlo el lector- de que a ese pintor Andrea de Chirico del siglo XVI lo esté inventando yo aquí y ahora. Et pour cause. Como homenaje y mímesis a Alberto Savinio. Para Alberto Savinio. De ese mundo suyo de memoria, de incidencias, de coincidencias, de refracciones, de correspondencias.

Alberto Savinio, cuyo verdadero nombre era Andrea de Chirico, ¿supo alguna vez de ese pintor homónimo que vivió tres siglos antes que él en Sicilia? Con seguridad casi absoluta se puede afirmar que nada supo, porque si hubiese sabido algo -hablando de los orígenes sicilianos de la familia y del vaticinio contenido en el nombre de Chirico-, habría escrito sobre él más de una vez. Y en cuanto al vaticinio, es preciso decir que lo refería más a su hermano Giorgio que a sí mismo.

En la ya vieja y asidua familiaridad que tengo con todo lo que escribió Savinio, me parece que puedo leer lo que no escribió sobre el oscuro pintor siciliano del siglo XVI; es decir lo que habría escrito sobre ese pintor -cuyo nombre repetía- en relación con su hermano Giorgio y con él mismo. Con toda probabilidad habría escrito que en el gran juego de las repeticiones, de las coincidencias, de las fatalidades que en el universo y en los destinos humanos se desarrolla, se había verificado un pequeño error: así, la vocación de la pintura, destinada a él por el nombre, le había llegado en cambio a su hermano, quedando para él el gusto de la pintura; de ahí la necesidad de cambiar de nombre, en homenaje al error convertido en destino.

Sin embargo, creo que hoy muchos, frente a las pinturas de Savinio, sentirán la tentación de no creer en el error. Y es una tentación que es necesario rechazar. Alberto Savinio no se compara nunca con Giorgio de Chirico, ni nunca hubiera aceptado que otro lo comparase. Respecto a la pintura, más acá de cualquier comparación y valoración, reconocía y aceptaba una especie de mayorazgo: mayor en edad, Giorgio lo era también en pintura. Pasando al juicio -pero nunca, repito, a la comparación - mantuvo siempre con firmeza que en la pintura de nuestro siglo Giorgio de Chirico quedaría con mucho señor del campo. Escribía en 1918: Giorgio de Chirico «ha penetrado el "misterio" del dramatismo moderno; sus cuadros no reproducen la visibilidad desnuda del objeto escogido por el dramatismo de su aspecto, de su forma, de su naturaleza, de su materia, de su utilidad. Él llega al "más allá" del objeto mismo. Deja al desnudo la anatomía metafísica del drama. Es el pintor moderno, pero más exactamente el "mago moderno".» De sí mismo como pintor, sólo pintor, no podía, pese a las muchas afinidades (y más que afinidades) que hoy pueden descubrirse, decir lo mismo: sobre todo porque no lograba, justamente, verse sólo como pintor y considerar el pintar como otra cosa respecto al escribir y al componer música. Y además, no por nada había retardado todo lo posible el gusto de la pintura. «Quien ha visto mis pinturas, quien ha leido mis libros, quien ha escuchado mi música, sabe que mi única tarea es dar palabras, dar forma y colores, y en un tiempo era también dar sonidos, a un mundo poético mío. Ningún otro de los muchos fines del arte tiene que ver conmigo.» Y hay que leer las declaraciones que con el título La mia pittura publicó en 1949: «Yo soy un pintor "más allá de la pintura"... La pintura no me interesa.» Y así por el estilo, cuando decía que la pintura era parte de un todo en que él variada mas indiferentemente "se deleitaba", del que era "dilettante". Porque, aun cuando en estas declaraciones no se encuentra la palabra dilettante, la idea que Savinio tenía de sí mismo como escritor, pintor, músico y «manalive» era ésa (cae justo, creo; el chestertoniano «hombre vivo»): dilettante, dilettante al escribir, al pintar, al hacer música, al pensar, al vivir. Dilettante como Luciano de Samosata. Dilettante como Stendhal. Y sinónimo de dilettante era para él stendhaliano, como se ve en sus numerosas declaraciones de stendhalismo. Y por todas puede valer la de la nota a una carpeta de litografías de Fabrizio Clerici: «Stendhaliano se nace, no se llega a ser. El sereno deambular de Fabrizio Clerici a través de la vida; su dejarse atrapar por las cosas más impensadas; su dar escasa importancia al poder de la virilidad, de la fuerza, del puño de hierro aunque esté enguantado de terciopelo; su saborear las frases y la mayoria de las veces dejarlas por la mitad como indignas de ser formuladas; su andar ocioso aun en los grandes virajes de la Historia; su holgazanear aun entre las más abigarradas ocupaciones; el lento vagar de sus ojos de almendra blanca, entre de Artemisa y de gacela; su ignorar las "grandes metas" y rendir homenaje a las metas mínimas e inaparentes; su dilettantismo de raza; su seguir su propia Nariz (no olvidemos la mayúscula) me había dado un indicio seguro de stendhalismo. El amigo stendhaliano es necesario. Es el compañero ligero, el Ariel de este mundo seco de agua y de aire... Tú como Clerici y yo como Chirico somos además de todo también parientes, porque yo también como Chirico, o Cherico o Chierico me uno a tu misma raíz clericus, y juntos nos remontamos al común klericós y kleros, vale decir lo que toca en suerte. ¿A nosotros qué nos tocará en suerte? Todo. Porque ésa es la misteriosa virtud de nosotros los stendhalianos, la de tener nuestra propia suerte en la suerte de todas las cosas, de las máximas a las mínimas, y la de estar nosotros solos como quería estar Nietzsche, como en otro tiempo estaban los dioses: en todas partes y en ninguna.» Obsérvese la variación, en la etimología del nombre Chirico, respecto a aquel pasaje del Hermaphrodito en que habla de Giorgio: «un pintor que el destino colocará entre los mayores de nuestra época» y cuyo nombre -de ciudadanos de Florencia oriundos de Sicilia - vale como heraldo anunciador. Los nombres señalan el destino de quien los lleva, pero el destino de quien los lleva también tiene alguna influencia sobre el nombre.)

En esta definición del stendhalismo (en acepción, por así decirlo, activa: para distinguirlo de ese pasivo ejercicio de filología y erudición en que se celebra por lo general el stendhalismo), son preeminentes, como se ve, los elementos que entonces podían entenderse como discrepancia respecto al fascismo (1942): la escasa atención a la virilidad, a la fuerza, al puño de hierro; el andar ocioso aun en los grandes virajes de la Historia (la mayúscula en función irónica, porque en la historia historicista es evidente que Savinio no creía); el ignorar las grandes metas... Lo que en su stendhalismo Savinio y Clerici ignoraban era precisamente lo que el fascismo exaltaba. El fascismo era hastío, y Brancati daría después en ese sentido, entre Stendhal y Gogol, su imagen más exacta. El stendhalismo es en cambio, de modo peculiar, el rechazo del hastío, el gusto, el deleitarse de la vida, el ser dilettanti.