[1/1] fragmento número uno

2. Del orden

Una biblioteca que no se ordena se desordena: es el ejemplo que me dieron para explicarme qué era la entropía y varias veces lo he verificado experimentalmente.

El desorden de una biblioteca no es grave en sí mismo; está en la categoría del "¿en qué cajón habré puesto los calcetines?". Siempre creemos que sabremos por instinto dónde pusimos tal o cual libro, y aunque no lo sepamos, nunca será difícil recorrer de prisa todos los estantes.

A esta apología del desorden simpático se opone la mezquina tentación de la burocracia individual: cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa y viceversa; entre estas dos tensiones, una que privilegia la espontaneidad, la sencillez anarquizante, y otra que exalta las virtudes de la tábula rasa, la frialdad eficaz del gran ordenamiento, siempre se termina por tratar de ordenar los libros; es una operación desafiante, deprimente, pero capaz de procurar sorpresas agradables, como la de encontrar un libro que habíamos olvidado a fuerza de no verlo más y que, dejando para mañana lo que no haremos hoy, devoramos al fin de bruces en la cama.

2.1. Modos de ordenarlos libros

clasificación alfabética
clasificación por continentes o países
clasificación por colores
clasificación por encuadernación
clasificación por fecha de adquisición
clasificación por fecha de publicación
clasificación por formato
clasificación por géneros
clasificación por grandes períodos literarios
clasificación por idiomas
clasificación por prioridad de lectura
clasificación por serie

Ninguna de estas clasificaciones es satisfactoria en sí misma. En la práctica, toda biblioteca se ordena a partir de una combinación de estos modos de clasificación: su equilibrio, su resistencia al cambio, su caída en desuso, su permanencia, dan a toda biblioteca una personalidad única. Conviene ante todo distinguir entre clasificaciones estables y clasificaciones provisorias; las clasificaciones estables son las que en principio continuaremos respetando; las clasificaciones provisorias no suelen durar mas de varios días: el tiempo en que el libro encuentra, o reencuentra, su sitio definitivo. Se puede tratar de una obra recientemente adquirida o todavía no leída, o bien de una obra recientemente leída que no sabemos muy bien dónde poner y que alguna vez nos prometimos clasificar en ocasión de un próximo "gran ordenamiento", o incluso de una obra cuya lectura hemos interrumpido y que no queremos clasificar antes de haberla retomado y concluido, o bien de un libro del cual nos hemos valido constantemente durante un período determinado, o bien de un libro que hemos sacado para buscar un dato o referencia y que aún no hemos regresado a su lugar, o bien de un libro que no querríamos poner en el lugar donde irla porque no nos pertenece y varias veces nos hemos prometido devolverlo, etcétera.

En lo que a mí concierne, casi las tres cuartas partes de mis libros jamás estuvieron realmente clasificados. Los que no están ordenados de un modo definitivamente provisorio lo están de un modo provisoriamente definitivo, como en el OuLiPo. Entretanto, los traslado de un cuarto al otro, de un anaquel al otro, de una pila a la otra, y a veces paso tres horas buscando un libro, sin encontrarlo pero con la ocasional satisfacción de descubrir otros seis o siete que resultan igualmente útiles.

2.2. Libros muy fáciles de ordenar

Los grandes volúmenes de Jules Veme de encuadernación roja (trátese de genuinos Hetzel o de reediciones Hachette), los libros muy grandes, los muy pequeños, las guías Baedeker, los libros raros o tenidos por tales, los libros encuadernados, los volúmenes de La Pléiade, los Présence du Futur, las novelas publicadas por Éditions de Minuit, las colecciones (Chakge, Textes, Les lettres nouvelles, Le chemin, etcétera), las revistas, cuando tenemos al menos tres números, etcétera.

2.3. Libros no muy difíciles de ordenar

Los libros sobre cine, trátese de ensayos sobre directores, de álbumes sobre las estrellas o con escenas de filmes; las novelas sudamericanas, la etnología, el psicoanálisis, los libros de cocina (ver más arriba), los anuarios (junto al teléfono), los románticos alemanes, los libros de la colección "Que sais-je?" (aunque no sabemos si ponerlos juntos o incluirlos dentro de la disciplina que tratan, etcétera).

2.4. Libros casi imposibles de ordenar

Los otros; por ejemplo, las revistas de las que sólo poseemos un número, o bien La campaña de 1812 en Rusia de Clausewitz, traducido del alemán por M. Bégouën, capitán en jefe del 311 de Dragones, diplomado de Estado mayor, con un mapa, París, Librairie Militaire R. Chapelot et Cie., 1900, e incluso el fascículo 6 del volumen 91 (noviembre, 1976) de las Publications of the Modern Language Association of America (PMLA) que presenta el programa de las 666 reuniones de trabajo del congreso anual de dicha asociación.

2.5. Como los borgianos bibliotecarios de Babel, que buscan el libro que les dará la clave de todos los demás, oscilamos entre la ilusión de lo alcanzado y el vértigo de lo inasible. En nombre de lo alcanzado, queremos creer que existe un orden único que nos permitiría alcanzar de golpe el saber; en nombre de lo inasible, queremos pensar que el orden y el desorden son dos palabras que designan por igual el azar.

También es posible que ambas sean señuelos, engañifas destinadas a disimular el desgaste de los libros y de los sistemas.

Entre los dos, en todo caso, no está mal que nuestras bibliotecas también sirvan de cuando en cuando como ayudamemoria, como descanso para gatos y como desván para trastos.

 

[Pensar Clasificar, traducción de Carlos Gardini para Gedisa]